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Opinión y análisis

El fin de la intimidad: Contra los allanamientos nocturnos 

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Por el Dr. Cley Espinosa|

Toda sociedad sana debe marcar los límites entre lo sagrado y lo profano, hay una línea que en tal sentido debe marcarse. La Constitución uruguaya establece en su artículo 11, que:

El hogar es un sagrado inviolable. De noche nadie podrá entrar en él sin consentimiento de su jefe, y de día, solo de orden expresa de juez competente, por escrito y en los casos determinados por la ley”.

Los legisladores de la actual coalición de gobierno han propuesto sustituir el actual texto, por este:

El hogar es un sagrado inviolable. Nadie podrá entrar en él sin consentimiento de su morador, o por orden expresa y fundada de juez competente, por escrito y en los casos determinados por la ley”.

Tiempo atrás –también con la excusa del combate al delito- hemos permitido que nuestras correspondencias electrónicas sean intervenidas, no habiendo ya para el Estado (y en particular para la fiscalía y policía) secreto en nuestras comunicaciones telefónicas, en nuestros correos electrónicos y en todas nuestras redes sociales.

Las cámaras de filmación, públicas y privadas, que se instalan en todas las ciudades, controlan cualquier movimiento que hagamos en sus calles. Prácticamente, no hay forma de evadirse de dicho control.

Pero no conformes con todas esas herramientas, ante la ineficacia y la corrupción, e impotentes ante el delito, nos vienen a pedir lo único que faltaba, la paz de nuestro hogar a la noche.

Nos proponen resignar un derecho que está en la Constitución desde el año 1830, porque con esa herramienta supuestamente se combatirían las bocas de ventas de pasta base. ¿Alguien –verdaderamente– cree que con esta medida se combatirá el narcotráfico? Menos aún, ¿alguien cree que con esta medida se combatirá el narcomenudeo nocturno? ¿Alguien piensa que cerrar las bocas en la noche (en el supuesto de que esto se lograra) haría que alguien deje de drogarse, o que se drogue menos?

¿Y si esta “herramienta” que pretende blindarse en la Constitución, con el tiempo es utilizada para otros fines? En ninguna parte dice que será usada a los solos efectos de cerrar bocas de venta de pasta base. ¿Y si se usa para sojuzgar periodistas, violar el secreto de profesionales, perseguir políticos, etc.? ¿Si se usa para sacar fotografías del interior de nuestras casas? ¿Si algún gobierno autoritario del futuro usa esta facultad para sembrar el terror, como se hizo en democracia antes de la dictadura, y luego en dictadura?

¿Y si estos allanamientos nocturnos resultan infructuosos, como la mayoría de los allanamientos que se hacen? ¿Quién se hará responsable de los daños, de las puertas rotas, de los niños llorando, del ultraje que implica? ¿Y si genera reacciones violentas de los allanados, si hay intercambios de disparos, si hay policías abatidos, si hay víctimas de actuaciones arbitrarias? ¿Y si hay falsas pruebas plantadas? ¿Algún país del mundo pudo combatir el narcotráfico con esta medida?

El artículo 11 de la Constitución es un derecho que tuvo su razón de ser en el marco del liberalismo político lockeano, en la protección de las libertades, entendiéndose a la intimidad como su esfera más recóndita. Ceder al Estado nuestro derecho a ese contacto íntimo con nuestras cosas, nuestros papeles, nuestra ropa, nuestros recuerdos, nuestros seres más queridos, todo a cambio de un cierre de bocas de pasta base (que solo eventualmente lograrán), es ceder el último rescoldo de nuestra libertad. 

Artículo de “Revista La Estrella” de Tacuarembó|

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Opinión y análisis

La banalización de la felicidad

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Por Cley Espinosa|

Han salido, hace no demasiado tiempo, dos libros que abordan la cuestión de la felicidad desde distintos puntos de vista; “La felicidad” de Gabriel Rolón, el psicoanalista argentino, y “Cómo salir del pozo”, del periodista -también argentino- Andrés Oppenheimer. A su vez, hemos recibido noticia de seminarios al respecto brindados en ámbitos donde no suelen abordarse cuestiones metafísicas. Y entre todo ello, algunos índices, encuestas y notas de prensa, que nos dejan mucho que pensar.

Hace algunos años Naciones Unidas lleva un índice de la felicidad, mediante una encuesta que se hace en 156 países, donde los encuestados puntean de 0 a 10, siendo “0” la menor felicidad y “10” la mayor. Se tienen en cuenta en dicha medición seis aspectos: los niveles de PIB, la esperanza de vida, la generosidad, el apoyo social, la libertad y los niveles de corrupción. En este año 2024 que transcurre, Uruguay lleva el dignísimo puesto N° 26, siendo uno de los países latinoamericanos mejor ranqueados, solo superado por Costa Rica, que está en el lugar N° 12.

El 10 de mayo pasado La Diaria publicó una nota titulada “Uruguay es el país “más feliz” de Latinoamérica y ocupa el puesto 18 a nivel mundial, según Encuesta Mundial de Valores”. En nuestro país la encuesta la realizó Equipos Consultores, sobre una muestra de mil personas. En dicha encuesta el 43% de los uruguayos respondieron ser “muy felices”, y si se suma los que respondieron ser “muy felices” a los que dijeron ser “bastante felices”, el porcentaje es del 91%, por encima del promedio mundial (85%), y del promedio latinoamericano (87%). Datos similares emergen de la misma encuesta en lo que refiere a los índices de “satisfacción con la vida”. Uno de cada tres uruguayos dicen estar completamente satisfechos con su vida, y un 91% dice estar “muy satisfecho” o “bastante satisfecho” con su vida, estando por encima del promedio mundial y latinoamericano.

Estos picos de felicidad uruguaya, o de autopercepción de nuestra felicidad (inéditos en lo que hace a los tonos grisáceos que pensábamos eran característicos de nuestra identidad), llaman mucho la atención, especialmente en un país con un altísimo índice de suicidios, y donde la salud mental está en la agenda de todos los precandidatos a Presidente de la República, en un país con cientos de asentamientos, con miles de personas en situación de calle, con necesidades básicas insatisfechas, con inseguridad, con corrupción, etc., etc.

Pensando un poco más uno entiende que Rolón habla de otra felicidad, esa que nos quita el sueño, mientras que Oppenheimer habla de una anestesia mental que inhibe de percibir los horrores de un sistema económico de explotación y de desigualdad, al cual no le basta con castigarnos, sino que además necesita que digamos que nos gusta el castigo. Con estos datos de la encuesta, con tantos uruguayos tan felices y satisfechos con sus vidas, ¿por qué cosas luchar?, ¿para qué votar este último día de junio? ¿para qué militar? ¿Es esta la “pública felicidad” que desvelaba a Artigas? Al fin y al cabo, ¿son estos los cinco mejores años de nuestras vidas? Son preguntas que me hago, y le hago a gente tan seria, tan científicamente seria; preguntas de alguien que ha puesto y pone todas sus energías (con dispares resultados) en ser feliz, en el más aristotélico de los sentidos.

Artículo de Revista «La Estrella» de Tacuarembó
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La sociedad de la nieve : El milagro y la tragedia 

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Por Pablo Lemos Valerde 

La historia del accidente aéreo de los andes de 1972 es revivida nuevamente en una cinta cinematográfica estrenada los primeros días de enero del corriente año a cargo del director español Juan Antonio Bayona. Se convirtió rápidamente en la película más vista en la plataforma de Netflix con 250 millones de reproducciones y generando un fuerte impacto a lo largo y ancho de todo el mundo. 

Las reacciones de los usuarios e internautas de todas las regiones y lenguas han sido muy diversas y no se han hecho esperar, manifestando un nudo en la garganta generalizado junto con conmovedoras reflexiones detrás. El filme es muy inmersivo, logra poner al espectador dentro del fuselaje del avión Fairchild, 571, un Chárter de la Fuerza Aérea uruguaya donde se desenvuelve una de las experiencias de sobrevivencia extrema más impresionantes que se hayan contado en el siglo pasado. 

Y no sólo eso sino que logra también plasmar la historia de un grupo humano luchando por la supervivencia desde la unión y los valores tales como la empatía, la compasión, el altruismo y la resiliencia. 

Esta es una de esas historias que merecen ser mil veces contadas, que contiene lo trágico, lo milagroso, lo posible, e incluso lo imposible. Un relato donde el destino juega sus cartas y donde los seres humanos ponen en juego las suyas, tal como lo dice el propio Carlitos Paez hijo : “al no, le dijimos que sí”. 

Pero más allá de los acontecimientos, se perpetúa a través del tiempo un mensaje esperanzador que nos sirve para bajar a tierra,y poner en perspectiva nuestras dificultades cotidianas y recobrar la confianza en que lo imposible pueda llegar a ocurrir. A lo largo de los años, los supervivientes han sido invitados a través de todo el globo para dar charlas, palabras de aliento, responder preguntas, conferencias y entrevistas acerca de aquel singular acontecimiento. La sociedad de la nieve ha sido nominada como mejor película internacional y anunciada el martes pasado a los reconocimientos de premios Oscar en Estados Unidos, de entre otras cinco que compiten en esa categoría. 

Sin lugar a dudas es un filme movilizador que despierta la confianza y la fe en lo impensado. Es capaz de interpelar nuestro aspecto más débil mostrándonos lo insignificante que somos ante el poder de la naturaleza, pero a su vez mostrando la grandeza de la fuerza del espíritu humano ante la inmensidad de las “cordilleras de la vida”.

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El problema de las drogas

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Por Cley Espinosa|

En la infame entrevista al narcotraficante se le ha preguntado si está de acuerdo con la legalización de las drogas. Obviamente contestó que está en contra, en primer lugar porque es la respuesta políticamente correcta que se puede esperar de tan ejemplar padre de familia, pero en segundo lugar, y principalmente, porque la legalización del mercado de las drogas significaría el fin del narcotráfico, de su negocio.

El liberal libertario electo Presidente de los argentinos, si realmente lo es, debería «liberalizar» el mercado de las drogas. En algún momento se le preguntó al respecto, y si bien considera que el Estado no debe intervenir en su control y prohibición, consecuente con sus ideas expresó, que quien se drogue que se las arregle por sí mismo, negándose a cualquier intervención del Estado de Bienestar para cuidar la salud de los adictos. Me atrevo a decir, que no liberalizará dicho mercado, ni tampoco se dejará de atender adictos, y que a lo sumo incrementará la represión.

El fundamento ético para prohibir el acceso legal a las drogas, es que el consumo de las mismas podría aumentar, y que esto afectaría la salud y vida de muchas personas. Es un argumento débil, ya que esto igualmente sucede, y con sustancias de peor calidad, generando un mercado negro que genera violencia social, marginación, y en términos económicos mucho gasto en seguridad pública. Ni hablar de las vidas de policías en dicho combate, las vidas de muchachos asesinados por ajustes de cuentas propios del narcomenudeo. Por otra parte, hay muchas sustancias y productos que se venden legalmente, en farmacias, veterinarias, etc., que pueden poner en riesgo la salud y vida de los consumidores.

El dinero que se dilapida en la guerra perdida contra el narcotráfico, podría invertirse en educación para evitar el consumo, y en salud para tratar a los adictos. Nos ahorraríamos no solo el aumento de la violencia, homicidios, ajustes de cuentas, sino la corrupción de nuestras instituciones y el sistema democrático. Igualmente, es prácticamente imposible para un país –más allá de su supuesta soberanía- adoptar una decisión radical como esa, ya que ese constructo de prohibir el mercado de las drogas, es una forma que tiene el imperialismo de sojuzgar a los países del mundo.

La otra dimensión, igual o más preocupante, es el estrago que la droga hace en la historia de vida del adicto, y el tratamiento despreocupado e irresponsable que como sociedad le otorgamos a esta clase de enfermos. En primer lugar, es indiscutible que un adicto desde el punto de vista científico es una persona con una enfermedad psiquiátrica, o psicoemocional. Los adictos, y en buena medida también los enfermos mentales, son los únicos enfermos a los que dejamos vivir en situación de calle (tratamientos ambulatorios, decimos eufemísticamente), condenamos a la mendicidad, a la cárcel, o al cementerio. Son los enfermos que no cuidamos. Son como los leprosos de otras épocas, pero sin leprosarios.

Las drogas se consumen y han consumido en todas las culturas y civilizaciones, pero solamente en nuestro tipo civilizatorio se convierten en adicciones y sus usuarios terminan en la marginación. Los indios de todas partes se drogan, pero no se marginan, ni tienen problemas graves con la adicción, porque lo hacen el marco de una ritualidad y una cosmovisión que los ampara en el vivir.

En nuestra realidad actual, el problema de las drogas, el verdadero problema de las drogas, es la falta del sentido de vivir, es el desamparo y la desesperanza, la falta de una mitología, una cosmovisión, y un grupo humano que no solo nos cobije, sino que además nos demuestre y convenza de que somos únicos y especiales, que somos queridos, que somos necesarios, una parte inescindible del grupo. Este es el trabajo de la cultura en el amplio sentido (antropológico), los deportes, las espiritualidades, las escatologías, y muy especialmente las artes.

|De Revista La Estrella de Tacuarembó. Cel: 094 193 122|
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