Vidas
La experiencia de un tacuaremboense en las inundaciones de Río Grande do Sul | Viaje al fin del capitalismo
It’s the End of the World as We Know It (And I Feel Fine) REM
Por Mario Fagúndez|
Desde la comodidad del hogar, las tormentas son hermosas. Ese despliegue técnico entre nubes que se descargan de energía y el suelo, iluminando todo por un segundo, es un espectáculo que a mí personalmente me fascina. Pero atravesar una ruta por el sur de Brasil mirando rayos que caen delante mío, rayos que van de este a oeste a todo lo largo del horizonte sin ningún otro vehículo a la vista, con pronóstico de lluvia para una semana más y con noticias de que esa misma tormenta destrozó un tramo de otra ruta, es una experiencia que no recomiendo para nada. El auto avanzaba valiente a pesar de la lluvia, los rayos caían intensamente y mi corazón palpitaba de miedo. Luego de varios kilómetros la tormenta se calmó, la ruta se volvió autopista, paré en una estación de servicio a recargar combustible y a comprar algo para no dormirme.
Mi vuelo era a las 5 de la mañana y tenía previsto llegar a Porto Alegre a la 1 a.m. Terminé llegando a las 2. Cuando estaba en la zona del aeropuerto un auto delante mío dejó un lugar libre y por un momento pensé en dejarlo allí. Qué podría pasar, si mi viaje era de solo 5 días, esa madrugada era 1 de Mayo y tenía previsto volver el 6?. Decidí que lo mejor era continuar el plan y dejarlo en un estacionamiento que tenía contratado, unos metros más adelante. Cuando llegué me asignaron un lugar en el último piso, al aire libre. Dos días después seguía por las redes las imágenes del aeropuerto inundado, en el que apenas se veía el fuselaje de un avión tapado de una sustancia chocolate, mezcla de agua y barro y justo la toma pasaba por el estacionamiento en que se podía intuir en el último piso la mancha borravino del Tercel valiente que me había llevado sano y salvo hasta allí.
Un fenómeno natural es un fenómeno natural, una tormenta puede durar dos días, tres, una semana continua, pero ya que dure 20 días de corrido con lluvias cada vez más intensas es algo que no es fácil de prever. Pero aún más si a esa tormenta le sumamos una orografía proclive a la formación de cañones en donde el agua se acumula y sale como una estampida, una política ambiental que permite todo tipo de disparates tales como edificios en zonas inundables, monocultivo, desmonte, urbanizaciones sin fundamento alguno y solo estimuladas por el lucro, políticos corruptos y un estado ausente al que solo le importa la gente que puede pagar impuestos, tenemos la herramienta perfecta para la destrucción de una sociedad.Estamos en un momento bisagra de la evolución humana en el que la sociedad se está destruyendo no por las acciones de los malos sino por la pasividad de los buenos. Esa cita de la que no tengo referencia actualmente quién la dijo ni tampoco tengo paciencia para salir a buscar al autor es lo que define lo que está aconteciendo actualmente en Brasil.
Pocas veces vamos a tener la oportunidad de ser testigos de un evento tan importante a nivel global. Es como haber presenciado la llegada del katrina a Nueva Orleans o haber visto como el mar lentamente se levantaba en Indonesia. Las consecuencias fueron catastróficas. El huracán Katrina alagó 2,4 mil kilómetros en Nueva Orleans, mientras que las inundaciones en Rio Grande do Sul alagaron 3,8 mil kilómetros. En Río grande do Sul hubo 149 muertes, mientras que el catrina se cobró 14 vidas. A los estadounidenses les llevó 10 años recuperarse. De la catástrofe en el sur de Brasil no han pasado 10 meses pero todo el mundo hace de cuenta que nada pasó. Mi avión salió en hora, llegué a mi destino y allá me enteré que los vuelos estaban suspendidos porque el aeropuerto estaba bajo agua. No solo el aeropuerto, la mitad de la ciudad de Porto Alegre estaba inundada. Poco a poco se fue sabiendo que la ciudad, otrora modelo de urbe, contaba con un sistema de bombas de las cuales ninguna funcionaba porque la prefectura no había hecho los mantenimientos correspondientes. El gobernador del estado, afín a Bolsonaro y contrario a Lula, salía constantemente en mi feed de Instagram vestido con un chaleco naranja y azul pidiendo precaución a la población. Las alertas eran constantes.
Las imágenes eran desoladoras. Una ciudad entera tuvo que ser evacuada. Miles de empresas perdieron toda su materia prima. En el medio de aquel caos se organizaron milicias privadas que patrullaban los edificios en lanchas. Un caballo se mantuvo en pie durante casi una semana, sobre el techo de un galpón. Su rescate fue transmitido en el Jornal Nacional. Uruguay mandó ayuda humanitaria, Lula desembarcó en un aeropuerto militar, todo el mundo le echaba la culpa, se propagaban Fake News y seguían apareciendo en mi feed prefectos y gobernadores con el colete naranja y azul. Porto Alegre (POA) fue construida en las márgenes del río Guaíba, es un punto estratégico pues sus anchas vías navegables lo convierten en el enclave perfecto para canalizar la producción agropecuaria de la zona. En su momento fue considerada una ciudad modelo.
Río Grande do Sul es el 5to estado más rico de Brasil. Nada de eso impidió que la naturaleza hiciera lo suyo. Según los expertos, una corriente húmeda proveniente de la Antártida se cruzó en la zona de las cataratas de Iguazú con una corriente seca proveniente del Amazonas, afectada en ese momento por una sequía extrema. Los expertos lo habían previsto hacía por lo menos 10 años y en 2022 el fenómeno ya había casi derrumbado el muro de contención de POA. Pero nadie hizo nada, ni mantenimiento a las bombas de desagote ni nuevas medidas de contención. Mi vuelo fue postergado primero una semana, luego indefinidamente y al fin cancelado. El aeropuerto no estaría operativo hasta por lo menos octubre. Yo disfruté de los días de calma y negocié para hacer teletrabajo de manera indefinida hasta que me exigieron que volviera a tacuarembó. En los días que pasé en Londrina – Paraná, no cayó una gota de agua. Fui al aeropuerto local a cambiar mi vuelo y terminé tomando un avión que me llevó de Curitiba a Montevideo. Al pasar por Río Grande do Sul, bajo el avión se veía una gran nube que tapaba todo el estado. Familiares míos, en la ciudad de Pelotas, decidieron evacuar a mi tía por riesgo de que se inundara su casa, próxima a la Lagoa dos patos, subsidiaria del Guaíba.
Tardé 45 días en recuperar mi auto. Estaba intacto y arrancó al primer contacto de la llave. Tuve que tomar un bus de Santana a Porto Alegre y luego un taxi hasta el aeropuerto que nos llevó por la ciudad devastada, cubierta por montañas de basura pestilente, manchada de barro, con calles aún inhabilitadas. Se veían pasar camiones de basura que llevaban toda la podredumbre a las márgenes de la ciudad. Luego todo siguió, vino el invierno, llegaron las elecciones municipales y el prefecto de la ciudad, el que había dejado a su suerte a los pobladores más pobres, fue reelecto, apoyado en su mayoría por la oposición la Petismo (La corriente política que apoya a Lula). Hasta ahora no he vuelto, no he tenido motivos para hacerlo. La ciudad sigue allí, sus moradores siguen viviendo en la zona inundable, el gobernador sigue desmontando el código ambiental y es solo cuestión de tiempo para que una nueva catástrofe los vuela a inundar. Como dice la canción: “la ciudad sigue con sus brazos abiertos de tarjeta postal, con los puños cerrados la vida real”. Y yo no sé cómo terminar esta crónica, tal vez invitándolos a que se informen, que lean las miles de crónicas del desastre, que traten de salirse del globo que manda y te vigila el decidir, en este mundo en el que sobrevivir es la meta disfrazada, no servís de nada si no para cumplir… El capitalismo llegó a su fin, y si no lo terminamos él va a terminar con todos nosotros.